Gabriel Blanco

Graduado de la Facultad de Ingeniería de la UBA y posgraduado de la Universidad de Massachusetts. Profesor titular e investigador de la Facultad de Ingeniería de la UNICEN en las áreas de energías renovables, cambio climático y sustentabilidad. Profesor en posgrados de la Argentina y el exterior. Director de la Diplomatura en Energías Renovables y Tecnologías para el Desarrollo Sustentable de la UNICEN. Asistencia técnica para organismos nacionales e internacionales, y para empresas del sector privado. Autor de capítulos de libros, artículos y conferencias nacionales e internacionales en temas de energía y cambio climático. Ex-coordinador de la Dirección de Cambio Climático de la SAYDS. Miembro del equipo de negociación de la Argentina en la UNFCCC. Coordinador del Proyecto de Necesidades Tecnológicas de GEF/PNUMA. Miembro y presidente del Comité Ejecutivo de Tecnologías de la UNFCCC. Autor coordinador del Grupo de Trabajo III del 5to Informe de Evaluación del IPCC.

Energía y cambio climático

Los resultados presentados en el último Informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), muestran que las causas del cambio climático responden de manera irrefutable a la acción del hombre y sus actividades productivas que liberan emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) a la atmósfera. Estas emisiones provienen, en su mayor parte, del uso de combustibles fósiles para la producción de energía, para cocinar, calentarnos en invierno, iluminarnos, trasladarnos, y producir todo lo que consumimos, desde lo que comemos hasta lo que vestimos.

Tanto en la Argentina como a nivel global, más del 85% de la energía que se produce proviene de los combustibles fósiles, por lo que su sustitución por otras fuentes de energía representa un desafío inmenso desde el punto de vista técnico y también económico, por lo menos en cuanto a inversiones iniciales se refiere. Cuando al análisis se integran otros aspectos como los impactos ambientales causados por el uso de combustibles fósiles y la concentración económica y política que la explotación de estos combustibles generan, entonces la evaluación cambia radicalmente y el desafío se hace aún más grande y complejo.

Los recursos energéticos renovables como la energía solar directa, la energía eólica y las diferentes formas de biomasa para la bioenergía, podrían ser la contracara de esta matriz energética si se desarrollaran aprovechando sus características intrínsecas: alta distribución geográfica, no generan gases de efecto invernadero y brindan la posibilidad de acceso con tecnologías de pequeña o mediana escala. En efecto, los recursos renovables están distribuidos en el territorio y su aprovechamiento se podría lograr con recursos humanos y tecnologías locales, y con múltiples actores participando de su producción y distribución, facilitando así el acceso a esos recursos y a la energía que puedan generar.